El día se presentó metido en aguas. El 2 de abril de 1944, Domingo de Ramos, es recordado por los mayores de la Hermandad como un día muy lluvioso. Pero la lluvia no pudo con lo que iba a suceder dentro del templo parroquial matriz de Castilleja. Si en la calle el día estaba desapacible, dentro de la iglesia santiaguista, todo era esplendor y amor hacia la vecina más ilustre del lugar, Nuestra Señora de la Soledad, la cual iba a ser litúrgicamente coronada por el párroco de la localidad, D. Juan Ruiz Picón. Sin duda, los que tuvieron la suerte de vivirlo, lo señalan como algo que siempre recordarán. El acto se llevó a cabo siendo hermano mayor José Negrón Tovar.
El presbiterio de la iglesia parroquial de Santiago se preparó como un palacio para acoger el salón del trono de una Reina y así se presentaba la imagen de Nuestra Señora, vestida con sus mejores galas, espléndida y reluciente. Gracias a los testimonios directos de las personas que lo vivieron y de los documentos gráficos conservados, podemos hacernos una idea de cómo se encontraba nuestro templo parroquial.
Será, de las palabras que pronunció el párroco en la imposición de la corona, ferviente devoto de Nuestra Señora de la Soledad, de donde proviene el cariñoso y definitorio sobrenombre con que se conoce a la misma en la localidad y fuera de sus fronteras: “La Grandiosa”.
Y grandiosa es, no solo por su tamaño, realmente poco habitual, sino también por su exquisito diseño y su no menos perfecta ejecución. Todo ello además, en una época dura, tras la Guerra Civil, donde los hermanos ofrecieron sus joyas y dinero para la ejecución de esta soberbia presea.
Los artistas
La feliz conjunción de un gran diseñador con un no menos espléndido orfebre, dio el resultado final que hoy admiramos.
El diseño lo proporcionó el por entonces director artístico de la Hermandad, Juan Oliver Míguez (1899-1963), el cual ideó una joya propia de su primoroso estilo. Serían las manos del joven orfebre (29 años), Fernando Marmolejo Camargo (1915-2006) las encargadas de dar forma al magnífico diseño aportado por Oliver, labor que debido a la meticulosidad con la que acostumbraba a diseñar el artista, no le debió ser fácil de realizar al orfebre sevillano. Marmolejo tenía por entonces establecido su taller en el número 14 de la calle Ortiz de Zúñiga de Sevilla. Finalmente, el resultado fue el que todos conocemos y por lo tanto satisfactorio. Ya en su momento, la obra causó los elogios de la prensa local, destacando el artículo publicado en El Correo de Andalucía, justo un mes antes de la imposición de la corona a la Santísima Virgen, el 2 de marzo de 1944.
La corona
Centrándonos en el estudio y descripción de la corona, hay que reseñar en primer lugar que está ejecutada en plata dorada en su mayoría, excepto algunas partes que son de plata en su color. En total la pieza pesa algo más de 7 kilogramos y su estilo es renacimiento con ciertos elementos barrocos. Podemos ver en su diseño el habitual repertorio decorativo que usó en su obra pictórica o cerámica el pintor Juan Oliver, destacando entre otros elementos, las columnas salomónicas, las cabezas de querubines y las guirnaldas y elementos florales.
El canasto, de base circular y forma troncocónica, se va ensanchando conforme asciende. En la base se ubica un sogueado que soporta un friso donde se intercalan parejas de flores con cabezas de querubines. Seguidamente se desarrolla la parte central y principal del mismo, donde se muestran entre parejas de columnas salomónicas, ocho caras que acogen diferentes elementos. En cuatro de ellas aparecen los cuatro evangelistas, sedentes, con sus símbolos y escribiendo sus textos, en plata en su color. Entre los evangelistas, las restantes caras que faltan contienen estos emblemas: En el frontal aparece el emblema de la Soledad (cruz vacía con el sudario y la corona de espinas), en el lado izquierdo el escudo pontificio, en el trasero, el corazón con los siete puñales y en el lado derecho, el escudo de España. Por último, rematando la parte principal del canasto y sostenido por los pares de columnas salomónicas antes citados aparece un entablamento rematado en algunas partes por unas cartelas. En la frontal, aparece el anagrama mariano coronado. Sentados en el entablamento y otorgando al conjunto un hermoso movimiento y originalidad aparecen seis ángeles de cuerpo completo, en plata en su color, cuatro en la cara frontal y dos en la trasera.
Seguimos ascendiendo y nos encontramos con el tramo de los imperiales, ocho en total, realizados mediante roleos vegetales que se interrumpen a la mitad por cabezas de querubines. Este primer tramo de imperiales se une en un aro liso salpicado de pequeñas flores con pedrería. De este aro vuelve a surgir un tramo más corto de ocho imperiales también, los cuales se unen en la base que sostiene el templete cuadrangular, con columnas salomónicas en las esquinas, que cobija la figura en plata en su color de Santiago Apóstol. Oliver eligió la célebre efigie del Santiago sedente que preside el retablo mayor de la Catedral compostelana. Remata el templete un querubín y sobre él, una bola del mundo fajada y una hermosa cruz, que parece más una labor de joyero, por la delicadeza de su ejecución y diseño. Esta cruz tiene sus cuatro extremos con formas romboidales y del centro de la misma, circular, parten cuatros grupos de rayos. Está recubierta en gran parte de su superficie por pedrería.
La corona se rodea de una gran ráfaga, muy desarrollada. Los diversos grupos de rayos parten de un ancho aro que acoge un hermoso repertorio decorativo a base de sogueados, puntas de diamante, ménsulas y elementos vegetales con piedras. Seguidamente parten los rayos que rematan la ráfaga. Son dos grupos diferentes, unos menores, rectos y plisados y otro grupo de rayos más grandes, que combina los rectos plisados con unos bonitos rayos ondulantes flamígeros. En la base de los grupos de rayos grandes existe una pequeña cartela de plata en su color que se une a la siguiente mediante una guirnalda de flores. Estas cartelas, de forma oval, acogen una escena de la vida y pasión de Cristo, conteniendo cada una de ellas una media de tres figuras, lo cual demuestra la maestría del orfebre a la hora de trabajar un detalle tan minucioso como este. En el lado izquierdo de la ráfaga, de abajo hacia arriba aparecen las siguientes escenas: Jesús ayudado por el Cirineo, Jesús camino del Calvario se encuentra con las mujeres de Jerusalén, Jesús es despojado de sus vestiduras, Jesús es traicionado por Judas, la Oración en el Huerto y la Última Cena. En el lado derecho e igualmente de forma ascendente nos encontramos con la Exaltación de Cristo Crucificado, el Calvario, el Descendimiento, la Piedad, el Entierro de Cristo y por último, la Resurrección.
Rematando cada grupo de rayos existía una estrella, un grupo más pequeño (las conservadas actualmente) y otro grupo más grande que fue retirado tiempo después, por lo que de las veinte estrellas primitivas hoy conservamos diez, las más pequeñas. Las estrellas tienen en su centro una piedra y están conformadas por una estrella pequeña de rayos rectos y plisados que se superpone a otra de igual manera más grande. Esta más grande tiene a su vez, entre los rayos rectos unos más pequeños ondulantes, por lo que podemos concluir que es una estrella muy elaborada y original por la superposición y combinación de diferentes tipos y tamaños de rayos.
Un elemento iconográfico
Tras este exhaustivo análisis de la corona, ni que decir tiene, que desde su imposición en 1944 ha quedado indeleblemente unida a la iconografía de Nuestra Señora de la Soledad, formando parte de la imagen, tanto de cara a la Hermandad como hacia el exterior.
De cara a sus hermanos, siempre ha sido motivo de orgullo el hablar de su corona, la que donaron los hermanos en los años de posguerra, siendo desde entonces la corona de la Virgen, que siempre ha lucido en su salida procesional del Viernes Santo, en su anual besamanos de Cuaresma o en otros hechos extraordinarios.
De cara al exterior, la corona causa admiración, pero también rechazo por su gran tamaño, pero lo que nadie duda es que es la corona de la Soledad de Castilleja, reconocible por todos y como tal, la joya más preciada que posee nuestra venerada Titular y que de nuevo lucirá con todos los honores el próximo día 18 de junio, completamente restaurada y enriquecida.
Manuel Pablo Rodríguez
Licenciado en Historia del Arte